Bajo el sol de medianoche by Marisa Grey

Bajo el sol de medianoche by Marisa Grey

autor:Marisa Grey [Grey, Marisa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-02-01T05:00:00+00:00


38

Cooper encontró a Subienkow sentado en una esquina desde donde podía ver quien entraba o salía del Palladium. Se había colocado cerca de las dos mujeres tagish que habían visto a Lashka en la ciudad antes de desaparecer. A su lado se amontonaban cestos a la espera de ser entregados al tendero que se los compraba. Nadie prestaba atención a tres indios sentados en silencio como si fueran invisibles. Sin alzar el rostro, Subienkow le puso al tanto de lo que había visto.

—El chico de la cuadra ha venido y se ha marchado hace un momento…

—Es un soplón de Grass —dijo Cooper—. ¿Has visto a Rudger o a Cora?

—No he visto a nadie más.

—Bien, voy a entrar, hazte un poco más visible. Ahora nos vendría bien que te vieran.

Se dirigió al Palladium sin perder de vista lo que ocurría a su alrededor. Dawson presentaba el mismo aspecto bullicioso que siempre, lo que no le favorecía. Nada más entrar en el bar del Palladium, reconoció a los tres hermanos Cullen apoyados en la barra. El que se dejaba engañar por su aspecto ofuscado por el alcohol solía pagarlo muy caro. No solo eran buenos luchadores, sino que jamás peleaban limpio. Más de uno había probado el filo de sus navajas y no lo había contado.

Un ruido de sillas arrastradas en el comedor captó su atención. El personal estaba despejando las mesas y las sillas. El Palladium se vestía de fiesta para celebrar la buena suerte de otro minero. Allí tampoco se encontraba Cora. Se dio la vuelta para tropezarse con uno de los hermanos Cullen. Los tres tenían los mismos ojos pequeños y muy juntos, un entrecejo parecido a una oronda oruga peluda que iba de sien a sien, y una nariz larga y puntiaguda. Todo lo demás se ocultaba bajo capas de pelo hirsuto castaño. Nadie era capaz de distinguirlos, sencillamente eran los Cullen. La única certeza que tuvo Cooper fue que ese no era al que le había roto la nariz frente a la oficina de Grass.

—¿Qué haces aquí, Mackenna?

Cooper echó un vistazo a los otros dos, que los observaban desde la barra del bar. Uno de ellos tenía la nariz inflamada y los ojos amoratados. Ese debía ser el que había golpeado, pero esa vez no estaba solo. Los tres hermanos juntos eran una barrera insalvable.

—Busco a Cora.

—La señorita March no recibe visitas.

Las cejas de Cooper se arquearon ligeramente.

—¿Ahora decides tú?

—No quiere verte y punto.

—¿Es una orden de Grass o de Cora? ¿Sabes al menos hacer la diferencia entre tu jefe y una mujer?

Los ojillos de Cullen casi desaparecieron bajo las orugas del entrecejo arrugado. Durante unos segundos mostró confusión, hasta que por fin entendió el sentido de las palabras de Cooper. Por desgracia no era tan lento con los puños.

—He dicho que largo.

Los otros dos hermanos se fueron acercando, lo que no pintaba nada bien, sobre todo cuando reconoció el brillo de una navaja en la mano de uno de ellos.

—Cooper, no creí que tendrías la desfachatez de volver a mi hotel.



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